Bowlby (1988) describió el apego entre un niño y su adulto de referencia como un sistema interactivo en el que el sentido de seguridad es mantenido dentro de unos límites tolerables o cómodos.
Entonces, cuando el niño se siente seguro, es capaz de explorar y alejarse de los padres. Esto expone potencialmente al niño a amenazas que, si las hay, el niño responde a ellas con distrés, llamando la atención del adulto, el cual le proporciona protección y seguridad. De esta manera, el sistema emocional del niño recupera el equilibrio.
Esta interacción entre el pequeño y el adulto se prolonga hasta que este niño crece y ya no necesita ser protegido por sus cuidadores.
Pero la dinámica descrita anteriormente no siempre se da así. Depende del tipo de interacción con el adulto.
Tipos de apego
Ainsworth (1978), después de observar cómo eran las interacciones entre madres e hijos en una situación de laboratorio en donde el niño es dejado solo con un extraño, llegó a la conclusión que había tres patrones apego, cogiendo como referencia la conducta del niño:
Seguro:
El niño se tranquiliza cuando la madre vuelve junto a su hijo, puede interaccionar con ella de manera positiva y se vuelve a sentir seguro para seguir explorando.
Inseguro:
–Evitativo: el niño responde de manera fría y desinteresada ante la vuelta de la madre, como si no le importara que estuviese allí o no la hubiese echado en falta. Casi no interactúa con ella.
–Ansioso/ambivalente: el niño muestra una conducta contradictoria que va desde llorar y buscar atención de la madre hasta enfadarse con ella y mostrar resistencia.
–Desorganizado: el niño muestra conductas inusuales y desconectadas, se aproxima a la madre pero se para, siente confusión, aturdimiento y sentimientos depresivos.
Ainsworth fue un poco más allá y estudió la relación entre el patrón de apego y la conducta de la madre:
-En los niños seguros el adulto responde rápidamente a las necesidades del niño con afecto y contacto físico.
-En los niños evitativos la madre tarda en responder a la demanda del niño, la rechaza o responde a ella con enfado o irritación.
-En los niños ansiosos/ambivalentes el adulto tarda mucho en responder a las necesidades del niño y cuando lo hace es de manera inconsistente e impredecible. Lo atiende de manera que se hace evidente el desinterés por las necesidades del niño.
Pudo observar que había una retroalimentación entre la conducta de la madre y la del niño, de manera que se iban internalizando unos modelos de trabajo internos en el pequeño.
Es decir, la experiencia que tenemos con las figuras de apego se va internalizando en un modelo de trabajo interno. Este nos sirve para predecir no sólo como se van a comportar los demás respecto a nosotros, sino también nos da una creencia acerca de nosotros mismos. Por ejemplo, si somos merecedores de ser amados o de tener la atención del otro.
O sea, el modelo de trabajo interno nos condiciona en la manera en cómo gestionamos nuestras emociones y en la relación con los demás.
Estilos de apego
Según Crittenden (1997) con las experiencias con nuestras figuras de apego y con el modelo de trabajo interno que se ha ido formando, se crean diferentes estilos de apego:
Estilo de apego seguro:
El niño que ante sus demandas ha experimentado una respuesta consistente de consuelo y seguridad, aprende a predecir que puede expresar sus sentimientos con seguridad, sean positivos o negativos. En nuevos contextos también se sentirá más seguro ya que aprende que no está desamparado ante la amenaza.
Estilo de apego evitativo:
Se crea si el niño aprende que el adulto no está disponible para él, o que sus demandas son respondidas con rechazo. Entonces el niño aprende a no dar importancia a su mundo emocional y a sus necesidades, ya que no son tenidas en cuenta o se obtendrá una respuesta negativa de ellas.
Estilo de apego ansioso/ambivalente:
El niño aprende que el adulto es inconsistente con sus demandas, por lo que aprenderá la estrategia de demandar de manera más intensa, con más lloros y enfados para conseguir la atención del adulto. Entonces el adulto lo atiende de manera intermitente, por lo que el niño no puede predecir al adulto y sólo cuenta con sus muestras de enfado para conseguir la atención.
¿Y cómo nos influye todo esto de adultos en nuestra gestión emocional y relacional?
Coherentemente, el modelo de trabajo interno y el estilo de apego que hemos adquirido nos van a influenciar en la manera que tenemos de gestionar nuestras emociones y la estrategia de relacionarnos como los demás.
Eso si no ha cambiado sustancialmente debido a experiencias correctivas o a un trabajo personal.
–El adulto que experimentó un estilo de apego seguro contacta con un amplio rango de emociones. Se siente seguro para expresarlas libremente. Además, se sentirá cómodo en las relaciones y no le costará expresar acuerdo o desacuerdo con los demás.
–El adulto que experimentó un estilo de apego evitativo funcionará con la expectativa inconsciente de que sus necesidades no serán atendidas. Como defensa, aprenderá a inhibir sus emociones para no sentirlas. Guardará cierta distancia respecto a los demás manteniéndose muy autónomo. O, por otro lado, se comportará de manera complaciente para asegurarse el vínculo. Tendrá una estrategia de racionalización ante conflictos y necesidades.
–El adulto con estilo ansioso/ambivalente habrá aprendido que con la expresión exagerada de las emociones es más probable conseguir la atención de los demás. Tenderá a hacer más caso al mundo emocional que al racional. Pero esto puede crear un rechazo por parte de los demás al verse sobrepasados por la excesiva emocionalidad.
Estos dos últimos estilos nos pueden crear a menudo déficits y problemas en nuestras relaciones. Pero con un trabajo dirigido tomar conciencia de qué estrategias emocionales usamos en nuestra relación con los demás y porqué, podemos aprender maneras alternativas y más eficientes de gestionar las emociones y de relacionarnos a nivel emocional con los otros.